sábado, 12 de junio de 2010

Tiempos convulsos. La crisis económica y el fallo de la razón

Estamos viviendo un tiempo convulso. Incluso aquel que lo niega, lo sabe interiormente. La tan cacareada crisis económica mundial no es más que una señal y puede que hasta una maniobra de despiste, algo así como una forma de tenernos pendientes de lo que pasa ahí afuera, olvidándonos de lo que realmente sucede dentro de nosotros mismos.

En España sucede algo curioso con este tema de la crisis. El paro está aniquilando el país aunque llevamos más de dos años escuchando que la fortaleza bancaria y nuestra privilegiada situación nos colocan fuera de peligro. En estos momentos en los que Francia y Alemania están tomando medidas preventivas para soportar tiempos aún peores, nos atrevemos a compararnos con ellos. La diferencia estriba sin embargo en el hecho de que si estos países miran hacia adelante con preocupación es porque sus grandes multinacionales, generadoras de riqueza y mercado económico, están hundiéndose en aquellos países cuya industria es más endeble. El caso de España es de lo más paradigmático y puede ejemplificarse con una empresa francesa como Carrefour. Teniendo en cuenta que para Carrefour el segundo país en importancia es España, el descenso de nuestro consumo está haciendo que sus números globales se resientan estrepitosamente. Así que resulta cómico pensar que mientras aquí nos desinflamos porque nuestra economía estaba falsamente construida en la burbuja inmobiliaria, en otros países, su economía se debilita porque su industria y riqueza crece en otros que no pueden soportar el consumo que necesitan.

A mayor escala se trata exactamente de la misma vampirización que estamos ejerciendo con los recursos del planeta. Una explotación desmedida de su capacidad para dotarnos de sustento. Hace poco, leí que si todos los habitantes de la Tierra consumieran al nivel de los ciudadanos estadounidenses, necesitaríamos la producción de cuatro planetas como el nuestro para poder mantenernos. Escalofriante, ¿verdad? Seguramente también necesitaríamos el poder de esos cuatro planetas para reabsorber nuestros residuos (cuando me pregunto qué hacemos con nuestra basura, me entran retortijones).

Pensar en todo esto es poco tentador y como diría cualquiera con un ápice de razón: «¿qué arreglamos?». La verdad es que a esta altura, poca cosa, por eso, escuchemos el corazón y si no lo oímos, sálvese quien pueda.